Leía recientemente en un
blog de internet que generosamente regalan cada día las monjas dominicas de un
convento de Lerma, que hay que ser transparente, lo que es diferente de ser
perfectos; que Dios nos quiere tal cual
somos con nuestras virtudes y nuestros defectos. Pues bien, en el día a día,
todos, en mayor o menor medida, seguramente intentamos aparentar ser más
perfectos que transparentes, nos esforzamos en mostrar una apariencia hacia las
personas que nos rodean en el trabajo, en el parque o con los vecinos que nos
cruzamos, pero al no ser este nuestro estado verdadero, al final terminamos
cansados de estas situaciones o, incluso, terminamos no estando a gusto con
nosotros mismos.
El grupo de matrimonios
jóvenes de la parroquia consigue que todos los que asistimos cada último
domingo de mes, podamos ser transparentes. No es necesario aparentar, podemos
mostrarnos tal cual Dios nos quiere, es decir, con nuestros dones y nuestras
debilidades. Esto es así desde el momento en que uno sabe que se le acepta, que
se le respeta y se le quiere tal cual es. Tenemos la suerte de disfrutar de un
regalo que es un grupo en el que tú puedes ser tú mismo, en el que puedes
contar tus problemas, tus dudas, tus preocupaciones, pero también tus logros y
tus alegrías. Y porque si es algo este grupo es alegre y vivo.
A veces me paro a pensar
y descubro cómo no es importante nuestro estatus social, nuestro nivel
económico o nuestra ideología (en el grupo hay personas, no ideas), como lo
único que es importante es cada uno de nosotros, cada matrimonio como Dios lo
ha soñado y cada familia. Incluso, después de cada reunión, salimos más
transparentes al exterior.
Quiero agradecer y
abrazar a las personas transparentes que nos acompañan en nuestro Camino.
J.A.P.
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