Mt 25, 1-13. Las diez
doncellas.
De este texto, siempre me ha llamado la
atención el aparente egoísmo de las doncellas prudentes… no es muy propio del
Evangelio el no compartir. Y en una eucaristía, un sacerdote ahondó en este
aparente contrasentido.
Las doncellas imprudentes “iban con lo
puesto”. Cogieron la lámpara, con el aceite que tuviera, poco o mucho. Las
prudentes, en cambio, fueron más conscientes de la situación, del momento, se
prepararon. Tenían en su pensamiento al novio. Venía, y había que estar
preparada. Cuidaron de tener luz el tiempo suficiente, en medio de la
oscuridad, un tiempo que no sabían cuánto iba a durar.
Este es, para mí, el mensaje más
importante. Ese cuidado, que se manifiesta en cuidar nuestra fe, en meditar, en
orar con frecuencia, es el que se nos pide. Nada diferente, por otro lado, a lo
que hace cualquier deportista para mantenerse en forma, entrenar
periódicamente, diariamente en muchos casos. Mucho o poco, pero todos los días.
Así es como, cuando llega la carrera, están preparados. Y si, llegado el día de
la carrera, yo fuera otro corredor, y no hubiera entrenado tanto, ¿cómo podría
ese día pedirle a ese deportista que me diera parte de su forma física? No se
puede, no es transferible. Ni siquiera es cuestión de voluntad de ambas partes.
Y así mismo ocurría con aquel aceite.
Puedo reconocer cómo, cuando no estoy muy en forma en mi relación con Dios,
cuando llega alguna dificultad, esta me afecta más, me pilla más sólo, más
desprotegido, más confiado sólo en mí, con menos visión trascendente de las
cosas… Sin aceite de reserva, la lámpara se me gasta “a las primeras de
cambio”…
Sin embargo, cuando he podido mantener
una relación más cercana con Dios, de más escucha, de cultivar mi corazón y mi
alma, con el reconocimiento del montón de regalos que cada día me hace,
entonces mi alcuza está llena de aceite, y sé reconocer que, aunque haya
momentos de oscuridad, para esos precisos momentos está la lámpara, bien llena
de aceite, para superarlos con luz y confianza, la que da la relación continua
con Dios.
Y ahora, a la luz de esta explicación,
me pregunto por mí mismo: ¿cómo puedo llenar la alcuza cuando la oscuridad o la
incertidumbre me sorprende y el aceite amenaza con acabarse? Y se me ocurre que
puedo hacer lo básico, ponerme en manos de Dios, y comenzar por el principio,
mirando mi vida alrededor, llena de muchos regalos: nuestras parejas, hijos,
amigos, padres, hermanos, familiares… eso me impulsa a dar muchas gracias por
tanto amor que recibo sólo por el hecho de existir, y me anima a poner mi
confianza en Dios, que siempre está con nosotros. Viendo tanto amor recibido,
descubro su cuidado sobre mí todos estos años pasados, y miro con más confianza
al futuro.
Os invito hoy a que demos gracias
profundas a Dios por tanto amor, y comencemos a llenar nuestras reservas de
aceite.
D.C.
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